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Hamburguesa en Carmencita

Previously, on «Rice and dead cock»:

«Aunque en el próximo, revisitaremos el New York Burger que no tiene crónica aquí como está mandado. E iremos a por la de 500 gr, sin piedad.»

Esto que puse la otra vez ha sido una mentira como un piano. El motivo es lo terriblemente difícil que es juntar a la sarta de gañanes que nos reunimos para deglutir zamburguesas. Pero es que se complica siempre la cosa porque ya dije que nuestras agendas son de gente importante y nuestras secretarias se vuelven locas de la vida para cuadrar huecos. El caso es que entre el 30 de Mayo y mediados de Julio sólo podíamos quedar el pasado sábado 9 y sólo para cenar. Es así, cuando vives entre rock stars, gente bohemia, famosos, ministros, top models y tal, es complicado. Y claro, sólo podía ser para cenar y para cenar no nos parecía prudente enchufarnos medio kilo de carne picada como en el New York Burger, así que barajamos otra opción.

Chicho, que es de los que parece que no habla hasta que habla con una idea reveladora y concluyente (eso cuando no confluye demasiado conmigo y se nos va el intelecto) dijo que había un sitio llamado «Carmencita», pequeño pero con buenas hamburguesas. A mí si digo la verdad el sitio me hizo gracia por el nombre, porque me recordó a mi abuela, que es muy de diminutivos. A mi padre aun le llama Miguelito (igual que a mi hermano, lo cuál es una confusión total), a mi primo Edu (que tiene 45 años y es enorme) le llama Eduardito y a mi tía, Carmencita. Y por eso me hacía gracia, por absurdo que pueda ser todo, pero ¿no es absurda la vida? Y más para gente que no sale de su barrio como yo, gente de pueblo que no ha recorrido mundo ni ha viajado, tengo mucho que aprender de Lars Von Trier o su hermano el de mi barrio con su dogma. Los que somos de pueblibarrio somos gente simple.

Total, que allí fuimos, a Carmencita. Es un establecimiento de esos que llama la atención porque tiene un plato de cada tipo, una silla de cada tipo, y te preguntas sobre la movida y llegas a dos conclusiones: a) esta gente es austera y ha ido recopilando por aquí y por allá o b)esta gente son de esos modernos que pagan a un interiorista un pastizal y el interiorista coge el reprís cuando llega la hora de presentar el proyecto y le roba un plato a su cuñada, otro a su colega, una silla a su abuela y la otra la coge del vertedero y luego te cobra equis mil euros que te dejan picueto.

El sitio en cuestión, en San Vicente Ferrer, era así, pequeñito, con muebles desordenados, platos de colores y una pizarra. Dos camareras, una de las cuales era extraordinaria gracias a que nuestro compadre Sabas tenía muy buena mano con ella dada su complicidad química. Ahora te poso una mano en el hombro, ahora nos tratamos como amigos, ahora te rozo, ahora te miro y como que no te miro y me devuelves la mirada y me ruborizo… a estas alturas ya van por el noveno hijo. En mi realidad paralela.

Al asunto, el comercio: el sitio no es una hamburguesía tal cuál, tiene más cosas, pero había hamburguesas. Los entrantes eran diversos, pedimos cecina de león, muy buena, ensalada César, también muy buena, y huevos rotos con jamón, más que muy buenos, lo siguiente. En los huevos rotos ya pudimos ver que las patatas fritas de ese sitio son algo de calidad superior, son como cuando Kiko recibía de espaldas , regateaba y daba un pase imposible,son algo para levantarse y aplaudir.

Después, hamburguesas. Había seis tipos, cada tipo lo podías tomar con carne de buey o pollo. Chicho se pidió la Steffy’s, con queso manchego, también cayó por ahí la Foothills (con champiñones y cebolla caramelizada), yo me pedí la Gregorio’s (con queso cheddar, huevo y salsa picante) y los demás no me acuerdo.

Las combinaciones de ingredientes eran buenas, el tamaño engañaba porque parecen pequeñas pero son altas. Pero tenían un «pero» y esto hay que decirlo, estaban todas más hechas de lo que todos habíamos pedido. Eso sí, de nuevo las patatas de guarnición extraordinarias, de lo mejor que he comido en plano patatil.

De postres, para compartir, tarta de chocolate, buena, tarta de manzana, ni fu ni fa, y tarta de zanahoria, para mí la mejor.

De bebercio, triples de cerveza, que creo que eran dobles, y para variar sigo con mi canción: señores que alguien se atreva a meter una carta de cerveza con un poco de cabeza.

Marcó Mario Gómez a Portugal, Chicho ganó su porra y decidimos tomarnos allí el clásico peloti, dado que tenían la ya típica por doquier carta de gins premium. Los gin tonic, a ver, estaban bien, pero demasiado ajardinados, el de maese Txiva iba con la rama de romero que parecía que acababan de sacarla del monte, a Txiva se le ocurrió «deshojarla» y bueno, para los que nos gusta el romero estaba bien. El mío llevaba naranja, bueno también, aunque eso, muchas hierbecillas.

Ah, el precio, tema importante, muy asequible, 8 euros las hamburguesas.

La noche concluyó en Irreale, con la aparición estelar de Guada convertida en Sandy, la de Grease, he estado por poner foto. Irreale es la nueva cervecería de la calle Ballesta, de la que tendremos que hablar en algún momento.

Y esto fue la visita a Carmencita. La próxima vez, sí, será la de medio kilo en el New York Burger. ¿O no? ¿Con qué nueva estratagema saldremos de este entuerto?

Carmencita

C/San Vicente Ferrer, 51, Madrid

Metro: Noviciado (L2)

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Cierra un clásico

Publicado originalmente en Guaschibo, 10 de Marzo de 2006

Amigos, llevo bastante tiempo sin reseñarles mitxolines y ahora tengo que hacerlo para dar una triste noticia, el cierre de Corripio, uno de los bares más castizos que quedaban en Madrid, en la Calle Fuencarral.

No soy muy de contar mi vida, pero tengo un nexo familiar con este local, por lo que unido a mi barfilia me provoca muchísima pena que lo cierren. Mi abuelo materno pasó su infancia en esta calle y ya lo conocía. Mi abuelo paterno, cuando vivió en Madrid, también fue cliente. El hermano mayor de mis padres y, por tanto, mi tío, cogió alguna que otra borrachera de juventud en este local. Cuando vinimos a Madrid también vivimos en la calle Fuencarral y pudimos degustar las empanadas de Corripio. Unas míticas empanadas de chorizo, nunca he probado empanada mejor.

Ya más mayor me hice fiel de la caña de sidra con empanada, no se si a 1.10 o 1.20, pero un precio de risa de todos modos.

Un local clásico y amparado además por la juventud, que lo llenaba todos los fines de semana. Un bar con barriles, una amplia barra y la profesionalidad que da una saga familiar al frente del mismo sitio durante años.

No se que habrá ocurrido, quizá se hayan cansado del bar sin más, porque éxito tenían. Quizá llegó la hora de la jubilación, quizá las nuevas generaciones familiares estaban más interesadas en otro negocio que en mantener vivo un clásico.

Me da pena que lo cierren y me da terror pensar que pondrán en su lugar. Quizá, seguramente, pongan una nueva cafetería de diseño en la que tomar un zumo de naranja con cilantro valga 12 euros y un helado de anchoa con reducción de vinagre, alcaparras y nata cueste 30. En fin, todo tiene final, incluso Corripio.

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